martes, 8 de noviembre de 2016

Es una pena. Pero ya no me pertenece a mi.

A todos los que morimos aquel verano y tuvimos que renacer de nuestras cenizas.

Habías muerto pero nadie me decía que seguías vivo.  Habías muerto y yo no podía perdonar mi propia memoria al no ser capaz de recordarte vivo. Habías muerto y yo pensé que moriría contigo, sin embargo, el día en que moriste en mi cabeza, fue el mismo día que yo nací de nuevo en la mía. De no haber sido una muerte emocional, yo estaría llorando sobre tu tumba con un ramo de rosas rojas, besando una lápida más que fría que todo aquello que acabas convirtiendo en hielo.

Cuando noté que habías muerto sentí pena por todas las cosas que me hubiese encantado vivir contigo, una nostalgia tan pura como todo lo que quise estos años y tan dura como en lo que me convertí al dejar de hacerlo. Cuando noté que yo había nacido por segunda vez fue cuando entendí que tu habías muerto por primera vez. Atrás quedaban todos los falsos pasos de " esta vez se acabo" porque esta vez era de verdad. Por eso, el hecho de que no pertenecieras a mi memoria me pareció motivo más que suficiente para llevarte flores.Pero dudo que estés hoy en casa y que hayas abandonado la lápida llena de recuerdos. Porque tú podías haber muerto, pero las historias nunca mueren.

Ahora tus recuerdos no son más que balas, que solo yo decido dónde, cómo y cuándo usarlas. En mis momentos de tristeza comienza la carga. Una carga que me pesa y nunca se me pasa. Pero al menos ahora en mi cabeza tienes un cementerio y mi corazón es una lápida con tu nombre escrito en lágrimas. Porque los catastrófistas fallaron, no era el fin del mundo lo que venía, era tu partida y esta tuvo muchos efectos colaterales.
Forzosamente, así te he olvidado, a la fuerza, impulsada a olvidar. Ahora no sé si te acabé matando yo  o te has matado tú. Pero es lo mejor que me ha podido pasar.

Marivi Lambada ha inspirado gran parte de este texto, aunque yo he decidido retocarlo un poco. 

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